La Tauromaquia sufre, desde un tiempo atrás, un feroz, simplista, ilegítimo e ilegal y a
veces violento ataque desde sectores que defienden el animalismo en nuestra
sociedad globalizada. Lo hemos sufrido en numerosas ocasiones, incluso en este
mismo coso, escaparate universal del arte de lidiar toros. Sin embargo es preciso
recordar a la sociedad, y a las autoridades, que el ancestral rito de la tauromaquia,
cuyos valores tienen perfecta y extemporal vigencia en nuestra sociedad, está
amparado y reconocido como patrimonio cultural inmaterial de España por una
reciente Ley, la Ley 18/2013. Detrás de la liturgia taurina, que reivindicamos en su
plenitud porque sólo en su integridad se funda y se sustenta, desde la crianza del toro
bravo y la suerte de varas a la estocada que culmina el sacrificio del mismo, tótem
hispánico por excelencia, se hacen manifiestos una pluralidad de valores que
quisiéramos evidentes en sociedades del siglo XXI. El valor, el sacrificio, el afán de
superación, la inteligencia, la técnica, la estética, la solidaridad aun a riesgo de la
propia vida, no son sino una pequeña parte de esos valores que tanto echamos de
menos en sociedades globalizadas, mercantilizadas, egoístas puramente consumistas
o hedonistas, como las que se nos ofrecen todos los días en el proceso de
aculturación que sufre España, como cualquier otro país de su entorno.
La Tauromaquia, caminando con paso firme a través de los tiempos, con un probado
pasado de mucho más de un milenio en nuestra historia común, sigue siendo un
referente de nuestro modo de pensar, de sentir; un rito que nos retrotrae al momento
en el que el hombre deja de sentirse una parte más de la naturaleza y comprende que
sólo en su superación, en su dominio, radica la posibilidad de perpetuación; un
momento en que el hombre es ya consciente de sus auténticas capacidades. La
tauromaquia recrea, cada día, ese enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza
indómita, salvaje, fiera, en la que el ser humano sale triunfante, no sin pesar o
sacrificio propios tantas veces. Ahí radica su honda justificación, su pervivencia a
través de siglos y de intentos –mucho más justificados que los presentes de abolición.
Porque recordemos que esos pasados intentos prohibicionistas tenían al hombre
como centro de atención: su alma y vida eterna; su propia vida física; su vida social,
material y económica; la sociedad como receptora de esfuerzos y medios económicos
supuestamente malgastados. Los actuales intentos de prohibición sólo se basan en un
animalismo simplista que intenta anteponer la vida del animal frente, incluso, la del
propio ser humano, la del lidiador que se enfrenta con gallardía y con mínimos
recursos a la fiera. De ahí que a la par que pretenden defender la vida del toro,
insulten, denigren y desprecien al ser humano, incluso deseándole la muerte. Intentos
totalitarios de brindar derechos a los animales, a la misma altura, si no más, que los
de los propios seres humanos.
Es por todo ello por lo que los aficionados exigimos de las autoridades una defensa
mucho más clara, explícita y manifiesta de la tauromaquia y de la libertad que,
amparada en nuestras leyes y en nuestra Constitución, nos permite la libre elección, la
libertad de pensamiento, de aproximación a la cultura y su defensa a ultranza. La
tauromaquia no sólo es cultura, como reconocen nuestras leyes, es parte de nuestra
MANIFIESTO EN DEFENSA DE LA TAUROMAQUIA
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