Los toros es una fiesta universal genuinamente española cuyos fundamentos de arte, riesgo y emoción deben prevalecer siempre. En la actualidad la Fiesta soporta desde diversos ángulos presiones más que preocupantes para su desaparición. Estos embates proceden de sectores que nunca hasta el día de hoy habían manifestado sus ansias abolicionistas, pero lo más preocupante es que son apoyadas estas tesis por parte del influyente y dominante mundo de la política.
Frente a estas legítimas pero descabelladas pretensiones, oponen sus argumentos aquellos defensores de la Fiesta que de alguna u otra manera se encuentran involucradas en la misma, pero llama la atención varias cuestiones que es preciso analizar.
En primer lugar y por estar así establecido desde los albores de la tauromaquia la mano del poder ha sido la manipuladora y reguladora de la Fiesta. Se ha servido de los toros para su propio interés sin mirar poco o nada que el espectáculo que se ofrece a un espectador, aficionado o no, sea lo suficientemente atractivo para seguir creciendo en los valores propios que genera. Predominan los intereses personales y el desconocimiento de que un arte con singulares aditamentos no se puede convertir en algo superfluo y desnaturalizado que día a día retrocede en sus más elementales valores.
Ahora, cuando los vientos soplan en contra de la Fiesta, se echa en falta por parte de los políticos una actitud firme y beligerante contra la corriente abolicionista.
Ya es hora que la preocupación de sus mentes no sea sus puestos en los palcos o burladeros.
Ya es hora que las acciones contra el fraude en la manipulación del toro se ejerciten.
Ya es hora que los nombramientos de presidentes y veterinarios recaigan en aficionados cabales comprometidos con la defensa de la Fiesta y sin vinculación alguna con intereses taurinos.
Ya es hora que los políticos dispongan defender los intereses legítimos de los aficionados.
Y es ya el momento de abordar con gestos y legislación coherente la defensa de una tauromaquia digna, seria y sin manipuladores interesados.
En segundo lugar hay que señalar a los propios actores que directa o indirectamente forman parte del entramado taurino. Reivindican constantemente ser los responsables de la regulación y el control de la Fiesta. Si ahora con una autoridad administrativa alejada de sus funciones, la Fiesta huye de sus tradicionales valores y cae en el pozo de la vulgaridad y la manipulación. ¿Cómo puede confiar el aficionado en gente que se siente cómodo en la actual situación y que por no tener no tienen ni unión para defender la Fiesta?.
En tercer lugar no se puede dejar de lado al aficionado de siempre. Al sufridor cuyo único deber es pasar por taquilla y aguantar del taurino que la Fiesta de los toros es como las lentejas, que si quieres las comes y si no las dejas.
Con este argumento es natural la deserción del aficionado de las plazas y hasta comprensible su hastío ante una situación que muchos consideran irrecuperable, pero los que aún no nos apeamos del carro de la ilusión de recuperar la tauromaquia del arte, riesgo y emoción, basada en la competencia sana y en una escrupulosa legalidad, al menos seguimos con esa esperanza de que la cordura impere y que nadie olvide que el político, el taurino, el aficionado y el público ocasional, son las cuatro patas de una mesa que hoy se tambalea y que si no se aplican soluciones urgentes puede ser la actual situación, el principio del final.
Diego Martínez Gonzáles, Pte. de la Unión Taurina de Abonados y Aficionados de Sevilla.
¿EL PRINCIPIO DEL FIN?
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