Sin ánimo de generalizar, pero la realidad es tozuda y se impone con absoluta claridad. Comienza la temporada con festejos que sirven de preparación y entrenamiento. Olivenza, Valdemorillos, Almendralejo etc, plazas en las cuales se lidia el toro chico, sin pitones, mermado de fuerzas y por consiguiente dando como resultado una lidia que carece de los valores básicos de la tauromaquia.
Casi sin darnos cuenta llegamos a Castellón donde se produce la primera desilusión para los verdaderos aficionados de aquella zona. Toro de plaza de tercera, en ocasiones sangrando por los pitones y con hierros elegidos a modo y comodidad de las “figuras” que exigen ese material. Algunos años se superpone la feria castellonense con la valenciana, pero aún siendo esta plaza de primera categoría, no se puede comparar en exigencia y seriedad con las de su mismo nivel. Hace años que un triunfo en Valencia sirve de escaso aval para conseguir contratos y catapultar hacía la gloria a ningún torero.
La feria de abril de Sevilla, tiene dos partes muy diferentes, aunque desiguales. En la primera del ciclo continuado, presenciamos corridas de hierros que se suponen encastados y que gustan al aficionado, pero en los últimos años solo se salvan por la presentación, aunque este año ni Victorino ha cumplido si quiera, y para colmo el juego en el ruedo, insulsos, parados y de escaso lucimiento. Del viernes adelante comienza el festival del mono encaste Domecq en todas sus variaciones y aquí es donde ya se produce el fracaso total. Corridas donde los seis toros son infumables y otras que al menos se salva alguno, pero siempre y cuando se simule la suerte de varas. El toro de hoy no se cría para ser picado, sino para cumplir un trámite reglamentario, que de seguir así las cosas, no sería extraño se suprimiera esta bella suerte.
Miura con altibajos y conservando aún algo de la esencia de su casta, al menos ofrece emoción al aficionado.
Del resto de la temporada a partir de Sevilla, solamente podemos salvar a Madrid, Pamplona y Bilbao, donde al menos sale el toro en puntas y con más o menos suerte aún presenciamos faenas de mérito donde prevalece la emoción, el riesgo y la entrega de profesionales sabedores que un triunfo en estas plazas le suponen contratos.
En el resto de las plazas de segunda y tercera categoría donde se producen la mayoría de los espectáculos es donde se cobra el billete grande a cambio del toro chico y manipulado que exige la “figura” de lo más alto del escalafón, y que gustoso le ofrece el ganadero, con el aplauso o el silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación.
Con esta perspectiva del toro disminuido en su presentación, casta y raza que imposibilita una lidia normal para ofrecer espectáculo es por lo que los aficionados decimos que alguien ha secuestrado el toro. Alguien en la soledad de una bonita dehesa apartó del bello animal esas cualidades que de siempre han permitido la lidia completa con las cualidades de movilidad, casta, emoción y riesgo.
Diego Martínez González- Pte. Unión Taurina de Abonados y Aficionados de Sevilla.
LOS GANADEROS SECUESTRAN EL TORO
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