Es al alba, y con las primeras luces de la mañana, en el silencio de la dehesa, cuando se empieza a sentir el bramar de un toro bravo. Confundido en la naturaleza, con el canto del gallo al amanecer, en el lejano caserío, donde los hombres de campo se preparan ya para una jornada de trabajo dura, pero altamente reconfortante, mezclados con uno de los animales más bellos de la Creación.
Acaban de nacer los primeros becerros de la camada, ya que los sementales se echaron a las vacas el 1 de enero y estuvieron hasta San Juan, como en un rito natural que siguen los ganaderos en su afán de seleccionar al toro bravo.
Es una apuesta de futuro, que se comprobará, cuatro años más tarde, cuando el toro adulto, ya, sea capaz de demostrar en una plaza de toros lo que lleva dentro.
Se verán los frutos de quién, por pura afición, decidió hacerse ganadero de ilusiones, acompasando la embestida de un toro negro al que tendrá que ver nacer y morir.
Y es curioso observar el amor, la pasión y la entrega que se pone en la cría de este animal que durante algunos años va a convivir en el campo, en un instinto gregario y tratado con el mayor de los mimos en cuanto a alimentación, sanidad y cuidados aunque, eso sí, obligado a la penitente condena del celibato.
Pero el toro bravo tendrá la oportunidad, o al menos la posibilidad, de defender su vida sin tener que pasar
por el triste final de un puntillazo traicionero o de una descarga agónica. Si el toro demuestra bravura, nobleza, casta y fuerza tendrá enfrente a un público que sabrá valorar en su justa medida las condiciones de bravo y, en uno de los juicios más democráticos que existen en un espectáculo, se indultará a un animal que ha sido capaz de emocionar a un montón de aficionados.
Si esto se produce, vuelve a la dehesa, y curado de sus heridas, se alzará por encima de sus hermanos y
será la insignia de una ganadería a la que aportará sus cualidades tanto de tipo y morfología como de casta y bravura.
Pasará a pastar en un cercado rodeado de un harén de buenas vacas desde primero de año hasta San Juan y verá pasar la vida contemplando como sus hijos van heredando todas las condiciones que él, en un lejano día, demostró delante de un torero valiente.
Y podrá percibir, en el silencio de la dehesa, justo al alba, el canto del gallo en el lejano caserío.
Antonio Molina Nieto
Noviembre 2001
EL CANTO DEL GALLO
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