De que vivimos en la era de la tecnología y que estamos siendo testigos de la última revolución del siglo XX, las comunicaciones, habrá poca gente que aún lo dude en nuestro mal llamado mundo “desarrollado”. Pero que hay tradiciones, artes y ciencias que deberían dejar pasar el progreso no tanto tecnológico, sino de ideales, valores o incluso artísticos, no deja de ser menos discutible.
Si no que se lo pregunten, por poner un ejemplo, a los puristas del flamenco con la recién llegada corriente de generaciones que le quieren pegar un vuelco al puro estilo del cante jondo con lo que ellos denominan “nuevo flamenco”, que no es, sino una forma de comercializar un producto que se ha mantenido fiel a sus raíces populares y a la identidad de todo un pueblo.
Un tanto parecido, está ocurriendo en el mundo del toro, donde, casualmente un montón de mafiosos, que
ellos mismos se denominan taurinos están impregnando “el arte de Cúchares” con todo tipo de fraudes,
embrollos y tretas que está dañando infinitamente a un espectáculo al que, verbigracia, nunca le han faltado animalistas en pro de su abolición.
Aunque, menos mal que contra todo esto queden aún algunos aficionados, que no público, que aman la
fiesta y sobre todo al toro, como a uno de los animales, más bellos de la existencia.
Hay que distinguir siempre a un aficionado, que cuando va a una plaza juzga lo que ocurre en el ruedo en
función de la res que se lidia porque sabe apreciarla o quiere aprender a hacerlo, frente a un taurino
ocasional, triunfalista y partidista.
Para un aficionado, todos los toros tienen su lidia ya que en la tauromaquia existen recursos para ello. Para un taurino el toro sirve o no sirve.
Un aficionado va a los toros y abona su localidad. Un taurino casi nunca paga.
Para los aficionados, una tarde de toros, está movida por la emoción y los sentimientos, para un taurino tan sólo es imagen y puros.
Mientras que el aficionado ama al toro íntegro, tanto zoológica como morfológicamente, un taurino no
duda en desmochar al animal a favor de una mayor seguridad y falso espectáculo refugiándose en el engaño.
¿Qué pasará con todo esto cuando no queden aficionados de verdad que siguen velando por la integridad
de la fiesta? Ellos saben que algunos lo sabemos.
Antonio Molina Nieto Octubre 2000
AFICIONADOS Y TAURINOS
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